lunes, 4 de agosto de 2014

XVIIIº DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

Celebramos hoy el XVIIIº Domingo del Tiempo Ordinario, y nuestro camino litúrgico continúa. Jesús nos regala la multiplicación de los panes y de los peces. Y que Él, en sí mismo es: regalo, entrega, alimento, seguridad. Es todo misericordia. ¿Cómo recibimos nosotros el amor de Dios? Pues sería, hoy, el mejor momento para tomar conciencia de cómo anidan, bondad y amor, en nuestro corazón. Hemos de ponernos en su presencia con humildad, hoy y a toda hora, para pedirle que nos haga ver nuestro egoísmo, nuestra falta de solidaridad para con los hermanos. Es tiempo de rectificar, es tiempo de cambiar.

Descubrir a Cristo conlleva el verle en el grito de los más pobres, en el grito de los hambrientos. Las lecturas de hoy nos indican que, a Jesús, se le puede encontrar en nuestra generosidad. Mejor dicho; a Jesús, algunas personas –con hambre espiritual o material- pueden encontrarlo en nuestras actitudes. En nuestra forma de comportarnos con ellos. 

En la Primera Lectura (Is 55, 1-3) el profeta, que descubre a su pueblo en el destierro y que tiene hambre y sed, utilizando la imagen de un vendedor ambulante con una mercancía valiosa, dada su vital necesidad, anuncia un mensaje de vida y de esperanza de parte de Dios. Es la salvación que se acerca y que comprende todos los bienes. Por eso, invita a vivir en fidelidad a la Alianza. 
El Salmo (144) " Abres tú la mano Señor, y nos sacias de favores" demuestra que la idea del Reino de Dios ya estaba entre los judíos, aunque sin definir completamente. Iba a ser Jesús de Nazaret quien definiría el Reino y anunciara su proximidad. A nosotros, hoy, la proclamación de este salmo nos sirve para afirmar la existencia de ese Reino en nosotros.

En la Segunda Lectura (Rom 8, 35. 37-39) el apóstol Pablo recuerda a la comunidad de Roma las realidades que ponen en peligro el don de la salvación, realidades capaces de apartarnos del amor de Dios, manifestado plenamente en su Hijo. Por eso, nos dirá el apóstol, que nadie podrá apartarnos de ese amor salvador si estamos unidos a Él.

En el Evangelio (Mt 14, 13-21) los discípulos estimando que no hay suficiente para todos, piensan que el problema del hambre se resolverá haciendo que la muchedumbre compre comida. A ese “comprar”, Jesús contrapone el “dar” generoso y gratuito: “Dadle vosotros de comer”. Por eso, coge todas las provisiones que hay en el grupo y pronuncia las palabras de acción de gracias e invita a repartirlo entre todos. Y llega para todos, es este el milagro de la multiplicación. Cuando se comparte, se produce el milagro.

 Uno de los males de nuestra sociedad es que, cada uno, busca su propio interés. Pensemos un poco en lo qué hacemos los que estamos aquí. Hoy, el Señor, nos viene a decir que donde hay fe, todo se multiplica, todo es posible y, sobre todo, donde hay fe todos estamos llamados a volcarnos para que los demás puedan comer o tener lo imprescindible para vivir. Que este encuentro sea una pesca milagrosa para nosotros: el Señor nos ayudará a ser más felices. Que este encuentro sea un pan multiplicado: el Señor se hace presente en el altar para alimentarnos.


SEÑOR; ¿CÓMO LO HAGO?
Cómo multiplicarme sin riesgo de quedar 
arruinado por el intento.
Cómo llegar, donde los poderosos, 
nunca soñaron con llegar hacerlo.
Cómo compartir y repartir lo que, 
en mí, sobra y no es necesario.
¡Ya lo sé, mi Señor! 
Sólo, mirándote a Ti, sólo, siguiéndote a Ti,
sólo, escuchándote a Ti, encontraré 
la respuesta en mi camino:
Donde hay fe, donde está Dios, 
donde vive Cristo, donde habla el Espíritu…
todo se multiplica por cien…o por mil.
AMEN

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