En la Primera Lectura (Hch 5, 27b-32. 40b-41) Pedro y los otros apóstoles no tardan en experimentar lo que significa confesar y anunciar a Cristo resucitado. El testimonio de los apóstoles suscita reacciones en las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén. Pedro afirma con valentía que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
Este Salmo (29) "Te ensalzaré, Señor, porque me has librado" era originariamente de agradecimiento al Señor por haber librado de grave enfermedad a los fieles judíos. Después, y tras la victoria de los Macabeos se utilizó como dedicación del Templo de Jerusalén. Para nosotros hoy tiene resonancias de reconciliación ante pecados y faltas pasadas y la curación de nuestras penas.
En la Segunda Lectura (Ap 5, 11-14) se nos dice que: “Digno es Cristo de recibir la sabiduría, el honor, la gloria, el poder y la alabanza”; y eso nos da el conocimiento de que podremos sentir, siempre, a Jesús a nuestro lado.
En el Evangelio (Jn 21, 1-19) leemos como una vez más, el lago de Tiberíades vuelve a ser un lugar de encuentro con el resucitado. En el marco de la pesca milagrosa, Jesús ofrece a los apóstoles una comida, confirma a Pedro en su misión y establece el Amor como signo del servicio pastoral y guía de la nueva comunidad inaugurada.
¡Por tu nombre, Señor!
Te amaré hasta el final y, amándote como Tú mereces,
sembraré de fraternidad y de perdón mis caminos, de alegría y de belleza los corazones de los que te anhelan, de regocijo y de seguridad los rostros cansados de tantos caminos retorcidos.
Amén
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