La Primera Lectura (Hch 5, 12-16) nos presenta ya a los discípulos fuertes y convencidos, tras la llegada del Espíritu, en Pentecostés. Pedro y los demás continúan la obra de Jesús, curando enfermos y enseñando paz y amor.
Este Salmo (117) "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" era el Himno principal de la liturgia judía de la Fiesta de los Tabernáculos, de las Tiendas. Se cantaba en procesión. El salmista se inspiró en los éxitos militares de Judas Macabeo contra los sirios. Para nosotros es, hoy, una confirmación del éxito mesiánico de Jesús. Es la piedra angular despreciada por otros y fundamental para nuestra vida.
En la Segunda Lectura (Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19) la especial profecía de Juan nos habla de la gloria celeste de Jesús, el Resucitado.Un domingo, Juan, el “discípulo amado”, desterrado en la isla de Patmos, tiene una visión. Ve al que es el principio y el fin, el que vive, y oye una voz que le invita a escribir todo lo que vea. El Cristo de la Pascua está presente en medio de la comunidad que lo celebra en el día del Señor.
En el Evangelio (Jn 20, 19-31) vemos como es difícil creer en la vida cuando rodea la muerte. Los apóstoles han vivido la experiencia de la muerte de Jesús y ahora se abren al misterio y al don de la Resurrección. El que había sido crucificado se aparece con los signos de su pasión y muerte. Pero ya no está condicionado por las leyes del cosmos, no conoce barreras. Él comunica paz y da su Espíritu. Y al que era incrédulo, lo hace creyente.
¡Con mi Iglesia, creo en ti, Señor!
Porque, sé que, los Apóstoles débiles y santos, con virtudes y defectos, nos han dejado esta Iglesia que es Madre y sierva, Santa y pecadora, grande y pequeña, rica y pobre, pero esplendorosa por
la alegría de tu Pascua Resucitadora.
¡ALELUYA, CREO, CON TU IGLESIA, EN TI SEÑOR!
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