domingo, 3 de abril de 2016

IIº DOMINGO DE PASCUA. CICLO C. DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA.


Hermanos/as, a los ocho días de la Pascua, Jesús de nuevo está con nosotros como lo estuvo con sus apóstoles. Pero, no siempre, tenemos claras las cosas. Hay personas que dicen no creer, no esperar e, incluso, dudar de la Resurrección del Señor. Hoy, como Santo Tomás, pidamos al Señor que nos ayude a gritar la siguiente frase: “Señor mío y Dios mío”. Hoy, además, en este Domingo Segundo de Pascua, celebramos la fiesta de la Divina Misericordia, instituida por el siempre recordado San Juan Pablo II.

Las lecturas de este día, tienen un sabor a comunidad. Los primeros cristianos quedaron tan impactados por la Resurrección de Cristo que deseaban vivir como Jesús les indicó: sirviendo los unos a los otros y siendo una gran familia. En el Evangelio vemos las dudas de Tomás cuando, sus amigos, le dicen que habían visto al Señor. Él no lo creía.

La Primera Lectura (Hch 5, 12-16)  nos presenta ya a los discípulos fuertes y convencidos, tras la llegada del Espíritu, en Pentecostés. Pedro y los demás continúan la obra de Jesús, curando enfermos y enseñando paz y amor. 

Este Salmo (117) "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" era el Himno principal de la liturgia judía de la Fiesta de los Tabernáculos, de las Tiendas. Se cantaba en procesión. El salmista se inspiró en los éxitos militares de Judas Macabeo contra los sirios. Para nosotros es, hoy, una confirmación del éxito mesiánico de Jesús. Es la piedra angular despreciada por otros y fundamental para nuestra vida. 

En la Segunda Lectura (Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19)  la especial profecía de Juan nos habla de la gloria celeste de Jesús, el Resucitado.Un domingo, Juan, el “discípulo amado”, desterrado en la isla de Patmos, tiene una visión. Ve al que es el principio y el fin, el que vive, y oye una voz que le invita a escribir todo lo que vea. El Cristo de la Pascua está presente en medio de la comunidad que lo celebra en el día del Señor.

En el Evangelio (Jn 20, 19-31) vemos como es difícil creer en la vida cuando rodea la muerte. Los apóstoles han vivido la experiencia de la muerte de Jesús y ahora se abren al misterio y al don de la Resurrección. El que había sido crucificado se aparece con los signos de su pasión y muerte. Pero ya no está condicionado por las leyes del cosmos, no conoce barreras. Él comunica paz y da su Espíritu. Y al que era incrédulo, lo hace creyente. 


¡Con mi Iglesia, creo en ti, Señor!
Porque, sé que, los Apóstoles débiles y santos, con virtudes y defectos, nos han dejado esta Iglesia que es Madre y sierva, Santa y pecadora, grande y pequeña, rica y pobre, pero esplendorosa por 
la alegría de tu Pascua Resucitadora.
¡ALELUYA, CREO, CON TU IGLESIA, EN TI SEÑOR!

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