En la Primera Lectura (Hch 9, 26-31) vemos cómo en una Iglesia que goza de paz, que progresa, que se construye animada por el Espíritu, existen también en ella sospechas, recelos y desconfianzas. Ha llegado un discípulo, Pablo de Tarso, que no era de los suyos y les da miedo acogerlo. Necesitan la confirmación de Bernabé para aceptarlo y confiar en él sin reservas.
La Segunda Lectura (1 Jn 3, 18-24) nos recuerda que el amor no quiere palabras, sino obras. Que la caridad, el amor, no se realiza con la boca sino con las manos. Que una oración por muy hermosa que sea, pierde su validez, si en el corazón existen rencores, envidias, recelos, maldad. Nuestra fe en Cristo ha de ir inseparablemente unida al amor a Dios y a nuestros hermanos.
En el Evangelio (Jn 15, 1-8) Jesús a través del evangelista Juan nos dice que si no permanecemos en Él, no podremos hacer nada de valor ni dar los frutos que de nosotros Él espera. Hemos de estar unidos a la vid, a Cristo; sólo así podremos dar frutos. Sólo así nuestros frutos serán: el amor, el servicio y la verdad. Nuestra misión consiste en hacerlos fecundar y ponerlos al servicio de nuestros hermanos.
Nosotros somos los sarmientos, Señor.
Tú la vid, llena de vida y de verdad.
Nosotros somos los sarmientos, Señor.
Tú la vid del buen vino, de la alegría.
Nosotros somos los sarmientos, Señor.
Tú la vid de la esperanza.
Nosotros somos los sarmientos, Señor.
Tú eres la vid del amor, Señor.
Nosotros somos los sarmientos, Señor.
Tú eres la vid de la Fe, Señor.
Nosotros somos los sarmientos, Señor.
Tú eres la vid de la unión.
Nosotros somos los sarmientos, Señor
Gracias, Señor por hacer brotar por amor,
cosas buenas
en todos y cada uno de nosotros.
Amén
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