Hoy, en este séptimo Domingo del Tiempo Ordinario, debemos estar atentos y receptivos. Jesús nos va a dar su lección de amor máximo, de amor de infinitud divina, que a todos nos va a costar entender: nos dice que hay que amar a los enemigos. Dios es amor y el amor a los demás es la verdadera esencia del cristianismo, pero hoy el Maestro nos pide lo más difícil: amar a quienes nos hacen daño, para nosotros es imposible, pero Él, nos va a regalar su Espíritu Santo que lo hará posible.
La liturgia que se nos presenta en este domingo, nos habla de una gran realidad: Dios está por encima de todo y, como fuente de bondad, nos ofrece su amor. El verdadero amor cristiano nos llama no solo a perdonar al enemigo, sino a amarlo, y hacerle el bien.Jesús nos anima a buscar siempre la perfección, haciendo el bien a todos; amigos y enemigos.La santidad de Dios debe de ser la meta de todos nosotros, los cristianos: ser perfectos como Él. Pidamos al Señor que nos ayude a descubrir el rostro de Dios en los que nos rodean.
En la Primera Lectura (Lv. 19,1-2.17-18) se nos habla sobre la ley de santidad, que trata de modelar el corazón a la luz de la santidad del mismo Dios. Y esa santidad está en relación con el prójimo, con el hermano, y las actitudes que se toman ante él. El rechazo, el rencor y el odio crean muerte; el amor abierto y generoso, produce vida. De esta manera es como actúa Dios.
El Salmo "El Señor es compasivo y misericordioso", atribuido a David, es un himno de alabanza que recorre toda la historia de Israel señalando que todos los bienes proceden del Señor. Para nosotros mismos, hoy, debe ser una oración de agradecimiento por todo lo que somos y recibimos, confiando plenamente en la eterna constancia de Dios en su trato con la humanidad.
En la Segunda Lectura (1 Co. 3, 16‑23) el apóstol Pablo, continúa en su reflexión y puntualiza diciéndonos que somos “templos de Dios”. De ahí que quién pretenda dominar a los otros o romper la unidad, atenta contra el proyecto de santidad de Dios y que en Cristo Jesús se nos ofrece.
La liturgia que se nos presenta en este domingo, nos habla de una gran realidad: Dios está por encima de todo y, como fuente de bondad, nos ofrece su amor. El verdadero amor cristiano nos llama no solo a perdonar al enemigo, sino a amarlo, y hacerle el bien.Jesús nos anima a buscar siempre la perfección, haciendo el bien a todos; amigos y enemigos.La santidad de Dios debe de ser la meta de todos nosotros, los cristianos: ser perfectos como Él. Pidamos al Señor que nos ayude a descubrir el rostro de Dios en los que nos rodean.
En la Primera Lectura (Lv. 19,1-2.17-18) se nos habla sobre la ley de santidad, que trata de modelar el corazón a la luz de la santidad del mismo Dios. Y esa santidad está en relación con el prójimo, con el hermano, y las actitudes que se toman ante él. El rechazo, el rencor y el odio crean muerte; el amor abierto y generoso, produce vida. De esta manera es como actúa Dios.
El Salmo "El Señor es compasivo y misericordioso", atribuido a David, es un himno de alabanza que recorre toda la historia de Israel señalando que todos los bienes proceden del Señor. Para nosotros mismos, hoy, debe ser una oración de agradecimiento por todo lo que somos y recibimos, confiando plenamente en la eterna constancia de Dios en su trato con la humanidad.
El Evangelio (Mt 5, 38‑48) expresa al máximo, la plenitud del amor cristiano que rompe hasta lo razonable: nos pide que amemos a nuestros enemigos. Pero sucede que para Jesús no puede haber amores a medias, amores de conveniencia. El amor ha de romperlo todo y construirlo de nuevo si hubiera desaparecido. Jesús nos propone una vez más el cambio de la escala de valores. A diferencia de lo que la sociedad nos dice, Jesús nos propone que prevalezca el perdón y el amor en nuestra relaciones humanas.
Para Jesús, el ser y el estilo de su seguidor no termina en
Para Jesús, el ser y el estilo de su seguidor no termina en
una justicia; la propuesta va mucho más allá: quiere la caridad fraterna, la generosidad y la entrega como CLAVES de VIDA. El amor al prójimo, no se mide por las veces que se perdona. Porque la medida del amor (y del perdón) es amar sin medida. El amor cristiano no se contenta con hacer el bien. El amor evangélico ha de: respetar, comprender, disculpar, descubrir lo bueno que hay en él, para colaborar en su crecimiento.Es necesario que en nuestras vidas reine un amor activo: no bastan los sentimientos ni las palabras; es necesario hacer el bien a ejemplo de nuestro Padre del Cielo que, sin discriminación, hace salir el sol sobre buenos y malos.
Gracias, Señor, por llamarnos a superarnos
y ser mejores, por salir a nuestro encuentro
a pesar de nuestros errores.
Por darnos a conocer el inmenso amor de DIOS
por cada uno de nosotros, sin hacer distinción alguna.
Por invitarnos a ser buenos y perfectos.
Por ayudarnos a brindar nuestros corazones
con generosidad y alegría a los demás.
Por recordarnos que, más allá de las diferencias,
todos somos hermanos.
¡GRACIAS, SEÑOR!
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