domingo, 13 de marzo de 2016

V DOMINGO DE CUARESMA. CICLO C


Celebramos hoy, el V Domingo de Cuaresma, y a medida que nos acercamos a la gran Semana y al Triduo Pascual, los textos litúrgicos pretenden hacernos profundizar en el misterio de Jesús, el Hijo de Dios, que se entregó a la muerte para salvación del mundo. Estamos ya muy cerca de la Semana Santa, con todo lo que nos ofrece. Sin embargo, aún es tiempo para preguntarnos cómo estamos aprovechando este tiempo cuaresmal; qué ha sido de aquellos planes que nos hacíamos al iniciar el camino de la Cuaresma. Todavía nos queda tiempo para reflexionar, para pedir perdón, para hacer posible nuestra conversión, para acercarnos a Dios nuestro Padre.

Desde siempre, Dios ha querido renovarlo todo. El hombre ha sido quien, en multitud de ocasiones, ha tenido miedo a seguir las orientaciones de los profetas, del Espíritu o de Jesús. Pronto vamos a tener una gran oportunidad: seremos hombres nuevos por la resurrección de Jesús. Como la mujer adúltera no tengamos miedo y corramos a los brazos del Señor.

En la Primera Lectura (Is. 43, 16-21) el profeta quiere suscitar la esperanza, debilitada por el paso de los años, y anuncia a los exiliados la próxima liberación. Un nuevo éxodo se aproxima. Las palabras del profeta nos invitan a nosotros hoy, a mirar hacia delante esperándolo todo del Señor, que salva a su pueblo.

El Salmo (125) "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres" es un canto de alegría de los judíos que vuelven desterrados de Babilonia. Parece que no se creen la fuerza y la generosidad del Señor. Tal vez, nos pase a nosotros algo parecido en este tiempo de cuaresma, en plena transformación de nuestra vida de fe, debemos creer en la alegría de la conversión.

En la Segunda Lectura (Flp 3, 8-14) el apóstol Pablo examina su vida anterior y la considera basura en comparación del conocimiento de Cristo. Mira solamente hacia delante y fija sus ojos en la meta. Nuestra fuerza es el Señor, cuando de verdad creamos en el apoyo de Dios,
cimentaremos toda nuestra vida en el Señor.

El Evangelio (Jn 8, 1-11) nos narra la maravillosa escena de la mujer adultera, teniendo para nosotros resonancias hoy. Jesús no juzga, acoge; no condena, perdona. La imagen de la mujer adúltera junto a Jesús puede representar a cualquier comunidad, a cualquiera de nosotros, que necesitamos y somos acogidos más allá de lo que nos atrevemos a pedir, más allá de lo que la ley y la sociedad nos ofrece. Aprendamos de Jesús a vivir en el amor y en la misericordia con nuestros hermanos.


Ayúdanos, Señor, si nos alejamos de Ti, 
buscando una felicidad disfrazada.
Ayúdanos, Señor, si presumimos 
de ser mejores que los demás.
Ayúdanos, Señor, si señalamos los defectos 
de los demás 
y olvidamos los propios.
Ayúdanos, Señor, si te dejamos y nos perdemos 
por caminos equivocados.
Ayúdanos, Señor, si nos ahogamos 
bajo la carga de nuestros pecados.
Ayúdanos, Señor, si olvidamos que, Tú, 
ante todo eres Padre y no juez.
Ayúdanos, Señor, si nos esforzamos 
y no conseguimos ser lo que Tú quieres.
Ayúdanos, Señor, si venimos a la Eucaristía 
y no descubrimos tu corazón.
Ayúdanos, Señor, si escuchamos tu Palabra, 
y no siempre la seguimos.
Ayúdanos, Señor, si te negamos 
y te ofendemos de palabra y de obra.
Ayúdanos, Señor.

Amén 

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