domingo, 7 de abril de 2013

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA, DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

Celebramos hoy el segundo domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia (fiesta instituida por
el Beato Juan Pablo II): "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Así canta la Iglesia en la octava de Pascua, casi recogiendo de labios de Cristo estas palabras del Salmo; de labios de Cristo resucitado, que en el Cenáculo da el gran anuncio de la misericordia divina y confía su ministerio a los Apóstoles: 
Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo."
Que se alegre nuestro corazón, que nuestra fe se fortalezca y nuestro amor aumente. Y que resuene en toda nuestra comunidad la acción de gracias al Padre, porque ha obrado tan grande maravilla. Cristo ha resucitado de entre los muertos y nos ofrece día a día sus dones, su amor, su gracia. En este tiempo de Pascua, y hoy, en la fiesta de Jesús Misericordioso, Dios se nos acerca de manera especial para perdonar y limpiar nuestros errores y renacer a la Nueva Vida de la Salvación. 

Este Segundo Domingo de Pascua es un eco claro del Domingo de Resurrección. Jesús está vivo y se aparece a los discípulos. Jesús está vivo, asimismo, para nosotros. Y Él nos ofrece, de manera real, su Cuerpo y su Sangre en el altar. En ese milagro permanente y repetido siempre el “día primero de la semana” desde hace más de dos mil años. La alegría de la Pascua está entre nosotros y hemos de demostrarlo vivamente, en la fuerza de nuestros cantos, en el amor, cordialidad y solidaridad con nuestros hermanos que están a nuestro lado. 

En las lecturas de este día contemplaremos las apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos. Al manifestarse, Jesucristo confirma la fe de los apóstoles, aleja sus dudas y renueva sus fuerzas, para que creyendo en su Nombre puedan ser verdaderos testigos, sanar enfermos y proclamar la Buena Noticia a todo el pueblo. 
Jesús muestra sus manos y su costado, es decir, señala las heridas de la Pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. Cristo resucitado está realmente presente entre nosotros, y nuestra vida de comunidad es signo de esa presencia, y es Él mismo quien confía a los discípulos la misma misión que recibió del Padre, misión que debemos continuar nosotros.



Qué la alegría de la Pascua llene nuestros corazones y podamos proclamar el mundo que estamos felices. Jesús ha resucitado y todo se hace nuevo. El mundo vuelve a florecer pleno de fe, de esperanza y de amor.
Señor Jesús, aunque no te vemos con estos ojos
 de carne, nuestra ardiente profesión de fe 
es hoy la del apóstol Tomás, primeramente 
incrédulo y después creyente ejemplar: 
¡Creemos en ti, Señor nuestro y Dios nuestro!
Vamos buscando razones, pruebas 
y seguridad absoluta para creer y aceptar a Dios
 en nuestra vida personal y social.
Pero tú nos dices: 
¡Dichosos los que crean sin haber visto!
Tú eres, Señor, la razón de nuestra fe, esperanza y amor.
Ábrenos, Señor Jesús, a los demás, a sus penas y alegrías, porque cuando amamos y compartimos, estamos testimoniando tu resurrección en un mundo nuevo de amor y fraternidad. Amén.

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