En la Primera Lectura (1 Reyes 3, 5. 7-12) escuchamos un texto del Antiguo Testamento. Aunque el reinado de Salomón dejó mucho que desear, el autor sagrado trata de destacar que fue elegido como prueba de la fidelidad a la promesa que Dios había hecho a David; se destaca la cercanía y el diálogo entre Dios y el rey, la invitación de Dios a que Salomón le pida lo que quiera, y cómo éste pide un corazón dócil para gobernar al pueblo y capacidad para discernir el bien del mal.
En la Segunda Lectura (Rom. 8, 28-30) el apóstol Pablo anuncia, con alegría, cuál es el plan de salvación de Dios. Así, descubre que Dios nos ha dado,sin ningún mérito por nuestra parte,su amor salvador. Según el apóstol este don requiere una respuesta por parte del hombre; pero no todos lo hacen del mismo modo. A los que sí lo hacen, todo les ayuda a vivir en relación con Dios, y es que Dios nunca falla, siempre es fiel.
En el Evangelio (Mt 13, 44-52) de hoy, Jesús continúa hablando a la gente sencilla en parábolas y revelando así los secretos del Reino. Hoy se nos ofrecen tres parábolas con la misma finalidad; las tres insisten en el gran valor del Reino de Dios; tanto que, al encontrarse con él, merece la pena dejar todo el resto en segundo lugar.
En el silencio,que tanto hiere porque tanto me dice.
En la humildad, donde la pequeñez tanto me asusta.
En la sinceridad,que me convierte en diana de tantos dardos.
Ayúdame, oh Cristo, a no perder el campo de tu tesoro:
La fe que es llave para poder amarte y descubrirte.
El amor que es bono seguro que cotiza en el cielo.
Mi perfección, para no convertirme en algo vulgar y solitario.
¡NO ME CONTESTES, SEÑOR!
Soy yo, quien hoy más que nunca,necesito buscarte por mí mismo y ponerte en el lugar que te corresponde:
¡EN EL CENTRO DE MI TODO!
Amén
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